Luis Veramon, “Revision de films: Revolución y antirrevolución en dos films de Paul Muni.” Umbral 44 (September 17th, 1938): 12.
FILM RE-VISION Revolution and Counterrevolution in Two of Paul Muni’s Films
IN all countries – except Spain – cinema obeys social reality. Cinema is the reflection of the society that makes it. The State prevails over cinema. In Russia, the only country in which the experiment of social cinema has been made, cinema lives in the shade of the red dictatorship and unswervingly serves the interests of the Communist Party. In Germany, Goebbels, minister of Propaganda of the Reich, has already said: “Cinema will sing of valor, of force, even of violence, in so far as this serves the patriotic ideal. It will be this, or it will be nothing.” And indeed, German cinema – rather, Nazi cinema – with Leni Riefenstahl, Hitler’s lover, as its principal figure, has set out to serve the interests of the State. This is also happening in Italy, France, England, and especially North America, although the White House has not officially attacked Hollywood. But all we know that the N.R.A. [National Recovery Administration] and its social reforms has an active agent of propaganda in cinema. And although Yankee cinema appeals to a soppy sentimentality wrapped up in a superficially dynamic life, relying on images of a physically perfect youthfulness while promoting, also in appearance only, puritan concepts, its real use is as a justification for submission to the State. And one doesn’t have to dig very deeply to see how it is compromised by the social characteristics of those who direct it. For that reason, when films arise from the American “studios” that try to expose or raise the issue of a social reality, we must analyze them thoroughly and try to discover what is hidden behind their arguments so that they have been distributed to European markets. Not that we deny that Yankee production has created revolutionary films. Indeed, this very column in UMBRAL has highlighted some of them; and in today’s column, there appears a revolutionary film whose exhibition impassioned the entire European public. The work that we have undertaken has a purpose: that of orienting the public and defending it from a facile campaign against counterrevolutionary films.
PAUL MUNI, FACE TO FACE
“I Am a Fugitive From a Chain Gang” and “Black Fury”
The harshness of the penitentiary regime in the State of Georgia, the terrible cruelty of the penalty of the chain gang, the punishment of those who have been beaten down; the perennial anguish of the innocent man submitted to brutal laws. “I Am a Fugitive From a Chain Gang” [1932] indicates the rebirth of Yankee cinema, submerged in a predominantly frivolous and gray atmosphere for four long years. We are not going to now investigate the causes of this decadence. The interesting thing is that, with this work by Merwyn Le Roy, American cinema comes to receive impulses of humanity that soon obliterate the memory of the fleeting frivolity. “I Am a Fugitive From a Chain Gang” is a revolutionary film, a film whose context corresponds to a real fact. It is the case of Robert Elliot Burns, an American citizen, a citizen of the bourgeois type, who lives comfortably, who does not understand the rights for which workers struggle, who is sure that American justice is perfect. And one day, this citizen commits a misdemeanor and is condemned to ten years of forced labor in a chain gang of prisoners, in which abound vulgar criminals and warped minds, in which life is continual torture. On this basis, Merwyn Le Roy constructs his magnificent cinematographic work of social content, which will pass into the history of revolutionary cinema. He constructs a film full of beautiful images, of great artistic values, in which each scene hurls a violent, terrible and shameful accusation against the American authorities, a bold accusation against a social system that must disappear, and creates one of the most profound dramas of democratic North America. But here Paul Muni must face Paul Muni. Witness “Black Fury” [1935]. Michael Curtiz against Merwyn Le Roy. With the same actor, one foments revolution and counterrevolution. For “Black Fury” is indeed a counterrevolutionary film. Joe Radek (Paul Muni), the constantly exploited miner, has no class consciousness. He is in agreement with his destiny and only aspires to marry the beautiful Ann and buy a little house near the mine. The strike does not matter to him. Ever since she became the fiancée of a mine guard, he does nothing but drink. And he is drunk when she enters where the strikers are gathered. And the workers, who, according to Michael Curtiz, have neither culture nor class consciousness, make the drunkard Radek its president. And since there is no strike committee, the new president goes to the tavern to continue drinking. And, finally, he is brought to the mine for sentimental reasons and foments the strike with dynamite. But he does this unconsciously, for in this film, it is demonstrated that the American miners and bosses want to be as brothers, and if not for outside agitators who wish the ruin of the workers, the American miners and their bosses would spend their holidays together.
LUIS VERAMON |
REVISION DE FILMS Revolución y antirrevolución en dos films de Paul Muni
EN todos los países – excepto España – el cinema obedece a una realidad social. El cinema es el reflejo de la sociedad que lo realiza. El Estado rige al cine. En Rusia, único pais en que el experimento del cinema social ha sido realizado, el cinema vive a la sombra de la dictadura roja y sirve sin vacllar los intereses del Partido Comunista. En Alemania, ya lo dijo Goebbels, ministro de Propaganda del Reich: “El cine cantará el valor, la fuerza, incluso la vioplencia, en la medida que esta sirva al ideal patriótico. O sera esto, o no será nada.” Y en efecto, el cinema alemán – mejor dicho, el cinema nazi –, con Leni Rieffenstahl, la amante de Hitler, como figura princial, comienza a servir los intereses del Estado. Igualmente sucede en Italia, Francia, Inglaterra y, sobre todo, en Norteamérica; a pesar de que la Casa Blanca, oficialmente, no ha atacado a Hollywood. Pero todos sabemos que la N. R. A. y sus reformas sociales tienen un activo agente de propaganda en el cinema. Y aunque el cinema yanqui ha vulgarizado un sentimentalismo denso envuelto en una vida aparentemente dinámica, apoyándose en una juventud fisicamente perfecta y defendiendo, también en apariencia, conceptos puritanos, su empleo es una justificación y subordinación al Estado. Y basta ahondar un poco para que se acusen con toda precisión las caracteristicas sociales de quienes lo dirigen. Por eso, cuando de los “estudios” americanos surgen películas que intenta exponer o que plantean una realidad social, debemos analizarias con detenimiento e intentar descubrir lo que se oculta detrás de su argumento y por qué han sido lanzadas a los mercados de Europa. Y no en que neguemos a la producción yanqui la creación de peliculas revolucionarias. Precisamente desde estas mismas columnas de UMBRAL hemos destacado algunas de ellas; y en la revision de hoy aparece un film revolucionario cuya exhibición apasionó a todos los publicos de Europa. La labor que hemos emprendido tiene una finalidad: la de orientar al público y defenderlo de una hábil publicidad contra los films antirrevolucionarios.
PAUL MUNI, FRENTE A FRENTE
“Soy un fugitivo” y “El infierno negro”
La dureza del régimen penitenciario en el Estado de Georgia, la terrible crueldad de la pena de cadenas, del castigo de los azotes; la angustia perenne del hombre inocente sometido a leyes brutales. “Soy un fugitivo” señala el renacimiento del cinema yanqui, sumergido en un ambiente regunantemente frivolo y gris durante cuatro largos años. No vamos a indagar ahora las causas de la decadencia. Lo interesante es que, con esta obra de Merwyn Le Roy, el cinema americano vuelve a cobrar impulsos de humanidad que hacen olvidar pronto el recuerdo de una frivolidad pasajera. “Soy un fugitivo” es un film revolucionario. Un film cuya contextura responde a un hecho real. Es el caso de Robert Elliot Burns, un ciudadano americano, un ciudadano de tipo burgués, que vive holgadamente, que no comprende las reivindicaciones por que luchan los obreros y asegura que la justicia americana es perfecta. Y un dia este ciudadano comete un delito menor y es condenado a diez años de trabajos forzados en una cadena de presidiarios, en la que abundan criminales vulgares, cerebros deformados y en donde la vida es una continua tortura. Con este argumento construye Merwyn Le Roy su magnifica obra cinematográfica de contenido social, que pasa a la historia del cinema revolucionario. Construye un film pletórico de bellas imágenes, de grandes valores plásticos, y cada escena la convierte en una acusación violenta, terrible y vergonzosa para las autoridades americanas, en una acusación viril contra un sistema social que debe desaparecer, y plantea uno de los dramas más profundas de la democrática Norteamérica. Pero he aquí Paul Muni frente a Paul Muni. He aquí “El infierno negro.” Michael Curtis contra Merwyn Le Roy. Con el mísmo actor se hace la revolución y la contrarevolución. Porque “El infierno negro” es una película contrarevolucionaria. Joe Radek (Paul Muni), el minero explotado continuamente, no tiene una consciencia de clase. El está conforme con su destino y solo aspira a casarse con la bella Ann y comprar una casita cerca de la mina. La huelga no le importa. Desde que se le fué la novia con un guardía de minas, no hace otra cosa que beber. Y está borracho cuando entra en donde están reunidos los huelguistas. Y los obreros, que, según Michael Curtiz, no tienen cultura ni consciencia de clase, hacen presidente al borracho Radek. Y como no hay comité de huelga, el nuevo presidente se va a la taberna a seguir bebiendo. Y, finalmente, es por una cuestión sentimental por lo que baja a la mina y gana la huelga con dinamita. Pero lo hace inconscientemente; porque en esta película se demuestra que los mineros americanos y los patronos se quieren como hermanos, y si no fuera por los agentes provocadores que pretenden la ruina de los trabajadores, los mineros americanos y sus patronos pasarian las vacaciones juntos.
LUIS VERAMON |