Cobrando méritos



El presidio y el templo charlan confidencialmente como dos camaradas a quienes ligan más los lazos del Crimen que los de la amistad. Del presidio se escapan olores de ganado que se pudre; del templo sale un vaho cargado de desmayos, saturado de desfallecimientos, como de la boca de un antro en cuyas tinieblas se arrastrasen todas las debilidades y se retorcieran los brazos de todas las impotencias.


-La plebe me odia -dice el presidio bostezando-; pero merezco la consideración y el respeto que me otorgan las personas distinguidas, de cuyos intereses soy escudo. Cada vez que el ho­norable guardián del orden me trae un nuevo huésped, tiemblo de emoción, y mi satisfacción llega a su limite cuando siento rebu­llirse en mi vientre de piedra el mayor número de criminales.


Hay una pausa. A través de las rejas se escuchan chirridos de cadenas, rumores de quejas, chasquidos de látigo broncas voces de mando en medio de un jadeo de bestias acosadas, todos los ruidos horribles que forman la horrible música del presidio.


-Grande es tu misión, amigo presidio - dice el temple, e inclino reverente mis torres ante ti. Yo también me siento satis­fecho de ser el escudo de las personas distinguidas, porque si tú encadenas el cuerpo del criminal, yo quiebro voluntades, Castro energías; y si tú levantas un muro de piedra antro la mano del pobre y los tesoros del rico, yo invento las llamas del infierno para ponerlas entre la codicia del miserable y el oro del burgués.


Hay una pausa. Por las ventanas y por las puertas, entre los aromas del incienso y las transpiraciones fétidas del ganado aglomerado, salen al espacio azul rumores de sollozos, de súplicas, ruidos viles, formados por todas las debilidades, por todas las renunciaciones la abyecta música de los sumisos y de los vencidos.


-Mientras me mantengo el pie, el señor duerme tranquilo-, dice el presidio.

-Mientras haya rodillas que toquen mis baldosas se man­tendrá en pie el poderío del señor-, dice el templo.


Hay una pausa. El presidio y el templo parecen meditar, satisfecho, el primero, de encadenar los cuerpos; contento, el se­gundo, de encadenar las conciencias; orgullosos, ambos, de sus méritos


En el rincón de una covacha, la dinamita escucha, haciendo esfuerzos poderosos para no estallar de indignación.


-¡ Esperad! -dice para sí-, ¡esperad, monumentos de la barbarie, que no tarda en llegar la mano audaz que ha de desatar el rayo que llevo en mi seno! En el vientre de la Miseria se agi­ta el feto de la Rebeldía. ¡Esperad! Esperad el fruto de siglos de explotación y de tiranía; las negras falanges del hombre apuran los últimos sorbos de la amargura y de la tristeza; el vaso de la paciencia rebosa; unas gotas más, y se desbordarán todas las in­dignaciones, saltarán de su cárcel todas las cóleras, traspasarán sus limites todas las audacias. ¡Esperad, edificios sombríos, cuevas del dolor, que en el gran calendario del sufrimiento humano resplandece, con colores de incendio y de sangre, una fecha roja, un nuevo 14 de julio para todas las Bastillas, las del cuerpo y las de la conciencia! El ganado se endereza para convertirse en hombres, y pronto el sol dejará de tostar los lomos del rebaño para iluminar las frentes de los hombres libres... ¡Esperad! Permaneceréis en pie el tiempo que dure yo en este rincón.


(De “Regeneración” del número 223, fechado el 29 de ene­ro de 1916).